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MATERNIDAD: EL RELATO DESDE LA PERIFERIA

Texto publicado en Index Revista de Arte Contemporáneo

Diciembre 2019

 http://revistaindex.net/index.php/cav/article/view/261/242

 

     

Introducción

En el 2005, la artista argentina Ana Álvarez-Errecalde presenta su autorretrato documental El nacimiento de mi hija en el que muestra, sin ningún tipo de manipulación fotográfica, el momento posterior al parto haciendo frente a la idea tradicional del dolor.  En ella, Álvarez-Errecalde se muestra cubierta de sangre, aun con la placenta en su interior y sonriente con su recién nacida en brazos.  Esta acción, que subvierte la idea tradicional del parto en relación a los protagonistas y el estado de ánimo de la madre, amplía la mirada acerca del cuerpo femenino y revela nuevas representaciones sobre lo materno.  La obra de esta fotógrafa no es la única que presenta una ruptura sobre las formas de exponer la maternidad: escritoras como Pía Barros, Ariana Harwicz y Paulina Simon, o las artistas Mary Kelly, Sally Mann y Louise Bourgeois desvirtúan los esquemas tradicionales de representación revelando nuevos relatos y significantes.

El siglo XX estuvo marcado por hechos que cambiaron, abruptamente, los cánones impuestos por una modernidad que colocó las bases para la imposición de las verdades absolutas. Las posturas feministas expuestas durante este tiempo expusieron el cambio de pensamiento en lo que respecta al imaginario simbólico de lo femenino pues, con él, se cuestionaron aquellas ideas naturalizadas acerca de los géneros.  La maternidad es una de las narraciones que se muestra con mayor dificultad para la revuelta de sus paradigmas, sin embargo, discursos anidados en el movimiento feminista que debaten sobre el uso cultural del cuerpo, la construcción binaria hombre/mujer y la revalorización de los oficios domésticos logran afectar aquella condición habitual instaurada con un enfoque romantizado en su definición.

 Este artículo se concentra en los aportes del pensamiento feminista para la construcción de nuevas narrativas de representación de la maternidad en el arte y la literatura. Para ello, se ha delimitado el campo de observación al pensamiento generado desde posturas feministas y su repercusión en el lenguaje artístico y literario latinoamericano; sin embargo, para lograr una comprensión más extensa de los cambios, se considera necesario referirse a obras y textos del panorama mundial. La relación entre ambos lenguajes y el feminismo será abordada desde posturas avaladas en la militancia de las creadoras que conjugan su producción con este pensamiento, y desde posiciones asumidas por autoras que no se han autodenominado como feministas pero que han dirigido su trabajo a elaborar una crítica de los pensamientos y representaciones hegemónicas (Giunta, 2018, p. 84).  

 

Parirás con dolor

Es conocido el dictamen del Génesis, al ser expulsados Adán y Eva del paraíso, en el que se emite la sentencia del sufrimiento.  La Biblia, texto dogmático del catolicismo, menciona con respecto a la mujer: “En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; […]” (Génesis 3:16) y convierte al nacimiento en un hecho de sacrificio y dolencia. El mismo texto ejemplifica también otros comportamientos maternos en donde la madre debe dotarse de un comportamiento analogado en sabiduría y bondad, como cuando Salomón decide que, para encontrar a la verdadera progenitora de un bebé en disputa, debía cortar a este por la mitad, desafiando su indulgencia e incondicionalidad.

Estos pasajes bíblicos son parte de un pensamiento que se advierte como uno de los referentes afectantes de la definición de la maternidad y sobrepasan el hecho biológico del alumbramiento para condicionarlo de manera política, social y cultural. Pero no son los únicos ya que la madre, a lo largo de la historia, es una figura sobre la cual se han tejido discursos arraigados en una feminidad exaltada por el bienestar y su lugar en la sociedad ha sido delimitado, de forma política y jurídica, por condiciones patriarcales. Una de las primeras formas legislativas conocidas se dio en la civilización romana al instituirse el pater familias que era una figura legal por la que el padre podía negar o rechazar a su hijo tras su nacimiento instituyendo un marco jurídico basado en la voluntad del varón (Knibiehler, 2001. p. 17).

En la Francia del siglo XVI se proclamó un edicto que obligaba a la mujer embarazada a reportar su embarazo a las autoridades con el fin de prevenir el infanticidio. Con él, se sentenciaba a muerte a aquellas madres que hubiesen parido a escondidas y cuyo bebé hubiese fallecido previo al bautismo aunque las causas del deceso fuesen naturales. Edictos similares se proclamaron más adelante en Inglaterra y Escocia durante el siglo XVII (Federici, 2018, p. 140). La delimitación de estos marcos jurídicos que despliegan un control sobre el cuerpo de la mujer embarazada o madre sientan las bases para el ejercicio de comportamiento femenino en la maternidad.  Era tal la intención pronatalistas de la época que, en Alemania, llegó a castigarse a las mujeres que no realizaban suficiente esfuerzo durante el alumbramiento o mostraban escaso entusiasmo por sus hijos (p. 142). La procreación y la crianza se convirtió en un territorio femenino legislado y vigilado por el Estado.   

La subordinación de la condición materna no se ejercía solo desde el ámbito jurídico. En el siglo XVIII, se impuso la idea acerca del beneficio de la crianza ejercida exclusivamente por la madre, situándola en territorios de exaltación cívica y social que valoraban la función materna.  Con la calidad de supervisión y guía que debía ejercer la progenitora se garantizaba un adulto físicamente y mentalmente saludable; al mismo tiempo, se enaltece el amor materno y la consagración que esta ejercía en el cuidado de los hijos lo cual sienta las bases de los códigos de comportamiento materno reconocidos hasta la actualidad. En esta etapa, la figura de la madre se homologa como el cuerpo social de una civilización anhelante de progreso (Oiberman, 2005, p. 123).  

Implantado el personaje de la buena madre, el siglo XIX se caracterizó por la educación que la madre proporcionaba a sus hijos.  La mujer, que por efecto del progreso del capitalismo se dedicó a la vida doméstica, era quien debía cuidar con rigor la moral y la instrucción de su descendencia; de esta manera se concentraron en ella los pilares del buen funcionamiento de la vida familiar y, simultáneamente, de la sociedad. Este pensamiento que idealiza la figura materna se replica hasta la actualidad y se ha instaurado en el campo de lo simbólico siendo objeto de sobre-representaciones de su imagen y su cuerpo para ejercer estrategias de control social (Antivilo, 2015, p. 38).

De manera paralela a la construcción del pensamiento de una maternidad incondicional surge el discurso de valorización de la infancia. En los siglos XVII y XVIII, esta etapa comienza a ser estimada como un periodo importante para el desarrollo del ser humano, lo que conllevó a que, en el siglo XIX, se elaboren ideologías que exijan un aporte de la madre que sobrepase su intención de buen cuidado, es decir que se define el papel materno como una actividad exenta de errores y con cargas morales en caso de fallar en la tarea, así como la obligatoriedad de la estabilidad psíquica de la mujer madre para la prevención de ansiedades infantiles (Saletti, 2008, p. 171).  De esta forma, se homogeniza el discurso social de la maternidad, anulando las complejidades o debates que no formen parte de esta ideología.

Mater nobis gratia plena

Las primeras representaciones que bordean el campo de la maternidad se pueden encontrar en las figurillas de mujeres embarazadas del período Paleolítico.  Estas podrían sugerir una cosmovisión en donde lo femenino fuera el eje simbólico debido a la evocación de la fertilidad y protección emanadas estas imágenes. La mujer gestante es una imagen poco referida en la plástica y literatura, a diferencia de la madre que suele ser presentada bajo los parámetros de ennoblecimiento descritos en el apartado anterior. La poca mención de esta etapa se debe a que, durante muchos siglos, fue estigmatizada como impura pese a que el culto a la virgen María motivó la elaboración de varias obras como, por ejemplo, La Madonna del parto, de autor anónimo y que data de la segunda mitad del siglo XV. Sin embargo, la escasa visibilidad con la que contaba el embarazo en las representaciones se redujo a la nulidad en 1523 con el Concilio de Trento al determinar la prohibición de pintar o adornar a las mujeres con “hermosura escandalosa” (Crespo, 2013, p. 21).

En oposición a la etapa gestante, en la historia del arte son numerosos los ejemplos que remiten a la representación de la madre ejerciendo su labor de cuidado. En la Ilustración europea, en la que se legitimó el vínculo entre maternidad, valores y moral, aparecieron obras como Autorretrato con turbante con Julie (1786) de Elisabeth Vigée-Le Brun que muestran a la mujer ejerciendo con regocijo el oficio materno. Más adelante, obras como La cuna (1872) de Berthe Morisot, las escenas maternales presentadas por las pintoras Mary Cassat y Paula Modersohn-Becker mantienen en vigencia el imaginario simbólico en el que está ubicado el personaje materno mostrándola como un personaje angelical (Frigeri, 2019).

En historia de la literatura, el uso de la figura materna también invoca la idea de la buena madre. Aquellas que no cumpliesen con este requisito eran mostradas como una amenaza o un claro ejemplo de mal proceder. El legado de los ideales ilustrados también fue representado por escritoras como Isabel Prieto de Landázuri, reconocida escritora mexicana que enaltecía la labor de la madre. Uno de sus poemas, A mi hija (1883), ganó reconocimiento entre la sociedad de su época y le otorgó un lugar entre la comunidad literaria.  Pero sin duda, la escritora que recurre a la presencia de la imagen maternal en su obra es la chilena Gabriela Mistral, quien compara la fertilidad de la madre con la naturaleza.  La fecundidad de la tierra es metaforizada como un hijo y su nacimiento, ya sea como el fruto de un árbol o como el retoñar de una semilla mostrando una afinidad bastante cercana con la visión tradicional de la maternidad (Ortega, 2006, p. 147).

Con Rosario Castellanos se avizora una ruptura en la representación tradicional.  En su poema En la tierra de en medio (1972) diversifica los personajes que activan la experiencia materna al relacionar a la madre con su propia madre (herencia del conocimiento doméstico) y con su hijo describiendo a la maternidad como una circunstancia condicionada por un legado de reglas para el comportamiento femenino.  Con ello, Castellanos coloca como debate el hecho cultural de la maternidad y desnaturaliza los valores con los que se ha trazado comúnmente a este personaje (Zaldívar, 2015, p. 21).

Estas representaciones son, sin duda, un termómetro del contexto en que fueron realizadas y derivan de imaginarios colectivos instituidos culturalmente. La madre, representada con regularidad desde el mismo lugar común, no era mostrado como un personaje complejo hasta la segunda mitad del siglo XX, momento en el que estos valores absolutos fueron debatidos. Dos aspectos fueron importantes para el proceso de disolución del canon materno: el primero es la postura crítica hacia la construcción cultural del género introducida por la segunda ola del feminismo mientras que la segunda atañe al uso de un lenguaje propiamente femenino que parte de la experiencia como potenciador de la voz legitimada. 

 

El problema que no tiene nombre

El feminismo es un movimiento político y una teoría crítica que analiza la construcción de los discursos sociales en relación a las mujeres. Entre estos discursos se encuentra la maternidad que, tras el análisis de varias autoras, se muestra como un estado conformado a partir de su identificación con el ideal común de la feminidad y tiene la particularidad de ser uno de los debates menos mencionados porque implica discursos sociales con mayores complejidades en su desarticulación.  Sin embargo, para el debate feminista es necesario desvanecer el canon de la buena madre que se impone de forma restrictiva creando una identidad homogénea y anulando los distintos matices y complejidades con los que se aborda esta condición.  

Uno de los primeros argumentos debatidos es el del instinto materno, que surge en el siglo XVIII y que, aun en la actualidad, forma parte de un imaginario que desborda los límites de la maternidad asumiéndose que forma parte de toda mujer en absoluto. El instinto maternal es un mito que deriva en pensar que toda mujer es una madre en potencia y que existe el deseo y la necesidad de llegar a serlo.  Con ello, se asume no solo que hay una obligación biológica acerca de la maternidad sino también la obligación cultural de hacerlo bajo los discursos legitimados en el sistema que anulan de un correlato equivalente en el caso de los hombres (Saletti, 2008, p. 174).

Los cuestionamientos acerca de las categorías que cimentan la identidad femenina son cuestionados por Simone De Beauvoir quien, en su texto El segundo sexo (2018) publicado en 1949, planteaba los órdenes impuestos para la polarización de los géneros en los que la mujer era mostrada como lo inesencial frente a la esencialidad masculina (p. 48). En relación a la maternidad, a la que dedica todo un capítulo, niega la existencia del instinto materno y manifiesta que la madre se define según su contexto, es decir que asume su condición una vez producido el parto, lo que a su vez se encuentra subyacente a los cánones impuestos por los agentes sociales. Estos frentes que delimitan el comportamiento femenino son definidos como la “religión de la Maternidad” (p. 612) que se proclama con una conducta ejemplar cuando en realidad está compuesta de paradojas narcisistas y altruistas.

Los enunciados de Beauvoir opacaron la idealización de la maternidad como el mayor destino de la mujer debido a la exposición de sus ideas acerca de la construcción social de lo femenino. Los cuestionamientos se volvieron aun más fuertes a partir de los años 60s en los que, el regreso de la mujer hacia el hogar se tradujo como pensamiento de modernidad, contradiciendo logros como la inserción en las universidades y la reivindicación de derechos civiles y laborales. Ante esto, Betty Friedan publica La mística de la feminidad (2019) en 1963 riñendo con aquella maternidad definida como una forma de vida total en la que las mujeres deben negarse a sí mismas el mundo y el futuro (p. 96), y determinando como “el malestar que no tiene nombre” (p. 56) a la incomodidad que tenían las mujeres confinadas a un hogar que, aparentemente, debía hacerlas sentir colmadas. Estas palabras resultaron provocativas en una Norteamérica posguerra que procuró reestructurarse manteniendo a la mujer en modelos anteriormente establecidos. 

El debate acerca de la desarticulación de los pensamientos tradicionales sobre maternidad también caló en la aparente obligatoriedad de la misma. Esta imposición, que va de la mano con el mito del instinto materno, se la presenta como un requisito inherente de la feminidad basado en la necesidad de llegar a ser madre, dando como resultado una infravaloración de los cuidados que despliega la mujer hacia sus hijos. Es decir que se piensa que esta no se dota de ningún esfuerzo para sobrellevar su condición materna y llega a ser acusada de inoperante e inconsciente si no actúa exponiéndose con las expectativas socialmente trazadas.    

La capacidad que tiene la mujer de concebir un nuevo ser humano es la circunstancia que ha sido utilizada para relacionarla con los modelos preestablecidos de feminidad.  El esquema de la maternidad deviene de los cánones dominantes surgidos a partir de la delimitación del comportamiento femenino, es decir, que son los discursos políticos y culturales del sistema de género los que inciden en la delimitación de un proceder taxativo de quien es madre. Sin embargo, uno de los hitos del pensamiento feminista ha sido mostrar el complejo vínculo de la figura femenina en relación a su entorno, lo que ha problematizado su papel en figuras claves para el sostenimiento social: la familia y el uso de su cuerpo. Estos debates también forman parte del arte y la literatura, en donde varias artistas han mostrado nuevos enfoques con el objetivo de desmitificar la tradicional figura materna.

 

El relato desde lo íntimo

A partir de la segunda mitad del siglo XX, el campo artístico y literario ha expuesto nuevos enfoques sobre maternidad que permitieron evidenciar el orden simbólico desde el que se ha representado a la madre y, al mismo tiempo, se ha constituido como una vía de escape para proponer otras perspectivas. El abordaje del tema desde la experiencia y la intimidad de la voz femenina, la valoración de los lenguajes expresivos ejercidos por las mujeres y el cuestionamiento al modelo hegemónico de feminidad y maternidad influyeron en nuevas representaciones para revelar lo antes silenciado.

Una artista que ha elaborado su producción artística a partir de sus relaciones interpersonales es Louise Bourgeois quien dota de contenidos autobiográficos a sus obras.  Una de las obras que ha realizado esta artista con respecto al recuerdo materno es Maman (1999) en la que materializa el recuerdo de una madre tejedora con un carácter protector y fuerte. Otra muestra que acude a la reflexión íntima y que parte de los procesos personales es Post-Partum Document (1973) de Mary Kelly, quien se vale de distintos lenguajes y disciplinas para narrar su condición materna y la relación con su hijo. Ambas artistas muestran nuevas narrativas para la construcción de la identidad materna a partir del recuerdo y la desvinculación de la imagen cándida a la que se recurría usualmente para las representaciones de este personaje.

En el panorama latinoamericano, las producciones que se han ejercido de forma subversiva van de la mano de artistas como Nadia Granados y el colectivo feminista Polvo de Gallina Negra quienes, con sus acciones performativas, se concentraron en resignificar la maternidad y revolver la mirada mariana con la que se constituyó la madre en occidente (Antivilo, 2015, p. 77). El proyecto ¡MADRES! (1985), realizado por el colectivo feminista mexicano duró varios meses y consistió en varias actividades que incursionaban en la narración de la experiencia materna.  Previo a esta propuesta, el 10 de mayo de 1979 se convocó en Ciudad de México una performance-manifestación por el Día de la Madre donde se proclamaba la maternidad voluntaria y el aborto seguro.  Esta finalizó en el Monumento a la Madre ubicada en el parque Sullivan donde depositaron, a manera de ofrenda, insumos para practicar abortos.

En Colombia, Nadia Granados La fulminante, ha realizado los videos performáticos con lenguaje erótico titulados Maternidad obligatoria (2011) y Mujeres reventando cadenas (2011), en donde reivindica la libertad del cuerpo femenino y critica la opinión que realizan los personajes masculinos sobre este tema. En Maternidad obligatoria realiza una protesta pro-abortista en la que proclama un “orgasmo libertario” (Antivilo, 2015, p. 81) mientras que en el segundo video mencionado alude a una maternidad libre. Sus producciones reivindican “el cuerpo sexualizado como un espacio político que necesita una revolución total y mundial que permita a la mujer autonomía sobre sus vidas” (p. 82).

La peruana Natalia Iguíñiz, artista y activista, reflexiona acerca del rol de la mujer en su entorno y la experiencia materna. En su muestra Pequeñas historias de la maternidad (2015) pone en entredicho la individualidad de la madre frente a los retos de la crianza abordando el caos externo de la cotidianidad y el desorden interno de la madre como correlatos que escenifican categorías personales.  La anulación de la identidad materna es un enfoque abordado también desde la literatura por la chilena Pía Barros quien en su microrrelato Madres (2009) omite de forma paulatina las palabras que significan a la mujer para crear un proceso de canibalización en donde prevalece el sometimiento materno: “Ella no es primeriza. Toma al crío y lo pone a su lado: ya dejará de llorar.  Ella no es.  Lo regresa al pecho y él mama, se la come, la deglute.  Ella no.  Lo deja satisfecho a su costado.  Ella”.

En la literatura, desde los años sesenta aparecen publicaciones que permiten alzar una voz para perturbar la figura legitimada de la madre.  Textos como Salirse de madre (1989), Salidas de madre (1996), Atrapadas en la madre (2007) o ¡Madres! Cuentos (y precauciones) de maternidad (2007) se trazan en el panorama literario latinoamericano con textos escritos por mujeres que expresan la maternidad como una experiencia enunciada desde los bordes de lo legítimo y anuncian una renovación simbólica de los esquemas sociales de lo materno basado en alteraciones de la relación madre e hijo (Domínguez, 2003, p. 167).

En la actualidad, los textos Precoz (2016) de Ariana Harwicz, Contra los hijos (2018) de Lina Meruane y La madre que puedo ser (2018) de Paulina Simon Torres se muestran como las voces disidentes de la maternidad. La argentina Harwicz expone, de forma torrencial, una relación filial madre-hijo salpicada de atracción sexual en la que, aunque no se produzca el incesto, provoca confusiones acerca de los límites entre el amor maternal y el deseo. Por otro lado, un texto que se reveló como insurrecto es el de la chilena Meruane, quien aborda la maternidad como una estrategia del patriarcado para evitar la completa liberación de la mujer. Esta diatriba cuestiona los discursos patriarcales que han dado forma al concepto maternidad y la pericia capitalista de colocar en la figura del hijo las expectativas de felicidad. 

Finalmente, la ecuatoriana Paulina Simon presenta un ensayo en el que dialoga con la intimidad de las emociones maternas sobrepasando los sentimentalismos de la crianza mientras hace un diálogo entre el antes y el después de concebir a sus hijos; el relato de Simon se concentra en la supervivencia de una mujer que se rehúsa a tener un papel secundario en su propia vida: “Ya me habían dicho que la maternidad era un renacer.  De eso todavía no entendía, pero sí me había quedado claro que, para que ese nacimiento sucediera, debía morir primero” (Simon, 2018, p. 48). 

 

Conclusiones

El breve abordaje de la historicidad que ha delimitado socialmente la noción de maternidad y la irrupción del pensamiento feminista que cuestionó la construcción de la feminidad permite comprender el desvanecimiento del misticismo en el que se ha envuelto la condición materna y que se traduce en el arte y la literatura desde el empoderamiento de la experiencia femenina. Estas expresiones artísticas muestran, sin detrimento, nuevas perspectivas en el tema a partir de la segunda mitad del siglo XX debido a la legitimación de los matices que pusieron en duda el relato hegemónico del modelo femenino y, con ello, de la madre. 

Los lenguajes artísticos y literarios se convalidan como un termómetro de pensamiento y proponen nuevas formas de representación que subvierten los campos simbólicos preestablecidos para introducir en la oficialidad relatos silenciados o enunciados en voz baja desde la periferia. A partir de esta validación, las narraciones sobre lo femenino y maternal se complejizan confrontando los lugares comunes en los que anteriormente se habían mantenido a los personajes maternos. 

Los nuevos escenarios se despojan de esteriotipos marianos y responsabilidades cívicas, dejando a un lado la condición de subordinación y el anhelo de virtuosismo para relatar o representar desde la zona de conflicto y mostrar una renovación simbólica de un personaje que intenta desglorificar el acto de la procreación. Para finalizar, los discursos feministas desbordan lo político y permean con los límites de lo estético en donde, la maternidad obligatoria, las intimidad de la memoria, los sentimientos paradójicos de la relación filial y el reclamo de la mujer/madre a decidir sobre su propio cuerpo se articulan y se potencian.

 

Bibliografía

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